martes, 18 de enero de 2011

El puerto jarocho y de como hasta los recuerdos mueren con el tiempo.


Hace ya mas de un mes que me encuentro en el Puerto de Veracruz, la antaño puerta de América ya que es uno de los puertos mas antiguos del continente, y no solo eso si no que al mismo tiempo que la Habana Cuba, uno de los mas pintorescos por sus tradiciones, cultura, mezcla étnica y por algo muy importante: su gente.

En días pasados y como siempre pasé por primera vez a retomar una tradicional costumbre porteña, el café de la parroquia, era muy tarde ya, aproximadamente las 11 y media de la noche. Y aunque ya era bastante tarde se veía un buen movimiento por el malecón que se encuentra exactamente enfrente de este tradicional lugar, pedí como se estila por aquí, un café lechero chico, que costaba 25 pesos mas o menos, junto con una torta de jamón serrano, es en este momento en que comienzo un litigio con el mesero para definir si era jamón serrano o solo tipo serrano, después de 5 minutos de discusión bizantina ( de esas en las que nunca llegas a ningún lado) le pedí de la manera mas atenta que me enseñara el empaque de donde procedía este alimento particular y me trajo una envoltura de jamón serrano sabori el cual es posible encontrar incluso en el oxxo. Decidí no comerme la torta, mi tía y mi primo que me acompañaban en este momento me comentaron que ha cambiado mucho las cosas en este lugar, yo no les quise creer, además argumenté seguramente están cansados y es muy tarde el mesero estaría molesto o “que se yo le suceda al caballero. Es así como de todos modos me fui a dormir contento de recordar cuando de pequeño llegábamos a Veracruz, al hotel Ruiz Milán en pleno malecón y cenábamos agradablemente (después de un viaje de aproximadamente 10 horas en auto) para pasar al mercadito de artesanías a comprar recuerditos y chuchearías, finalizando con una tranquila caminata por el malecón y de regreso al hotel.

Entre estos lindos recuerdos de mi niñez se encuentra siempre un sonriente mesero con camisa blanca sirviéndonos la mesa con su cafetera plateada en alto y su trapito en el otro brazo , siempre preguntándonos como nos atendían y si necesitábamos algo mas; recuerdo también como los jaraneros del malecón se acercaban a jaranear a la mesa en espera de la petición de una canción (cosa que sucedía siempre con papá) igualmente la marimba que a turnos tocaba canciones del sur, la cual yo escuchaba bebiendo una sabrosa champola de guanábana mientras mis papas tomaban café y comíamos algunas cosas. El mismo mercadito de artesanías nos llamaba la atención ya que había figuritas hechas con raíces de cocos, plumas con conchitas de mar, botecitos de arena y playeras que rezaban: “Mi familia fue a Veracruz, y solo me trajo esta pinche playera”

Hoy, veo como estos recuerdos van siendo suplantados por otros menos felices, como el de hace dos días en donde un chamaquito pendejo con pinta de papirrin de barrio, me aventó la cuenta en la mesa después de servirme un café con sabor a agua sucia y exigirme que pagara pues ya iban a hacer el corte de caja y tenía que entregar, también el recuerdo del guardia que después de pagar y querer entrar de nuevo al baño, mirarme peor que si le estuviera pidiendo limosna o fuera un ratero aunque acababa de cenar allí; o también el recuerdo de la noche pasada, en el darme cuenta de que la vieja tradición de alzar la cafetera para servir la leche, murió, presa de un gesto manual mal hecho en donde me dejaron regado medio plato con un café insípido que me provocó agruras la mitad de la noche.

Y no es que me este quejando ni que yo sea exigente, es que me acostumbraron a que en el puerto de Veracruz, lo primero que uno se encontraba era gente alegre dicharachera y feliz de vivir en este maravilloso lugar, gente que te atendía como si estuvieras en su propia casa y fueras su invitado de honor, solo quiero que me traten y me atiendan como la primera vez que vine al puerto, que me sirvan mi café al toque del vaso y la cuchara y que no me tengan 20 minutos tratando de que me atiendan ( para eso me quedo en mi México DF. Todo el tiempo) quiero ese sabroso café que te despertaba el alma, la risa y la alegría, esas tortas con jamón serrano natural y no de paquete aunque cuesten el doble, quiero que mi champola de guanaba sepa igual que cuando era niño y se me llenaba de burbujitas la boca y de bigotes de guanábana con leche la cara por que el vaso era muy grande, quiero ver al jaranero solitario de nuevo cantando hasta media noche, quiero ver al “Gran café de la Parroquia” lleno de gente hasta la 1 de la mañana, y no el pinche eufemismo que es el día de hoy.

No pido mucho, ni pido milagros, solo quiero mis recuerdos como eran…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me dió tristeza leer eso, qué lástima que se haya perdido la tradición, supongo que todo va cambiando, es este caso para peor. Un abrazo.